Magdalena Urbana

El diario “La Nación” promociona a la pulpería de Payró

Resiste pulpero. La peste no torció la voluntad de hombres y mujeres rudos que sostienen la tradición de las pulperías en el interior de la provincia de Buenos Aires. Son hijos, hijas, nietos y bisnietos de pulperos que sobreviven tras la clásica reja, dispuestos a servir una copa y ser refugio a la soledad en la inmensidad del campo.

Hoy -tras la pandemia que se llevó miles de vidas y obligó a cerrar para siempre a bares y restaurantes citadinos- veinte de estos apeaderos aún están abiertos, o se disponen a reabrir, para mantener viva la tradición.

Son hombres y mujeres fuertes, que no bajan los brazos, acostumbrados a la vida dura tierra adentro. La soledad siempre fue su aliada: no afrontan grandes alquileres, ni tienen muchos empleados. Tienen, por espalda, el apoyo de la familia. Y están dispuestos a resistir más que una pandemia, a lo largo de los siglos.

Frente a la vieja estación de tren, sobre la esquina, se erige una antigua pulpería que lleva el mismo nombre que el pueblo que la alberga: Payró. Desde su fundación en 1875, este boliche supo ser punto de encuentro para aquellos paisanos deseosos de beber unas cañas o jugar a la taba, bolsa de trabajo para chacareros y peones, almacén de ramos generales y estafeta postal.

Incluso, años más tarde funcionó como corresponsalía del diario LA NACION en la zona y en la década del 50 parte de la edificación ofició de aula mientras se construía la escuelita del pueblo, que actualmente no supera los 65 habitantes.

Ni la soledad por la partida del ferrocarril, ni el transcurso de los años o los recurrentes embates económicos fueron suficientes para tumbar a este reducto de tradición gauchesca. Y la pandemia no fue la excepción.

Luego de ocho meses, a comienzos de noviembre sus aberturas pintadas de color carmín y percudidas por el paso del tiempo volvieron a abrirse, con algunos recaudos como grupos reducidos de visitantes y mesas al aire libre bajo la sombra de los árboles del “bosquecito” detrás del boliche.

“Fue muy lindo, teníamos muchas expectativas. Hay gente que antes de la cuarentena venía casi todos los fines de semana y ahora volvimos a verlos”, cuenta Pablo Chaumeil, su dueño desde hace 15 años. Y agrega: ” La gente está feliz por tener ese espacio para disfrutar; algunos luego de almorzar sacan de sus autos sus hamacas paraguayas, lonas y reposeras para poder relajar y disfrutar del día. Otros almuerzan descalzos, traen sus equipos de mates; se sienten como en sus casas”.

En el siglo XIX fueron censadas 350 pulperías, esquinas y almacenes en la campaña bonaerense. Hoy aún sobreviven un puñado de estos boliches, dispersos en la inmensidad del campo. Son rastros de una etnografía de la pampa, de una tradición que resiste los embates económicos.

La esquina de Crotto es el opuesto perfecto. Situada en Tordillo, en la muy transitada intersección de las rutas 11 y 63, es acaso la más recordada por los viajeros modernos que cambiaron caballos por autos para desplazarse por los caminos. Viajeros que en ese transitar ignoraron a este apeadero remoto atraídos por mercados de estaciones de servicio. Abierta desde 1855, La esquina de Crotto cerró ocho años antes de la pandemia, cuando falleció su último dueño.

Fuente: Diario “La Nación” 1/12/2020

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