Magdalena Urbana

Con la mochila siempre lista

Matías Frattini viaja por el mundo. En su casa familiar de Magdalena cuelga un título de abogado que logró en tiempo ideal, pero por ahora ejercer Derecho no está en sus planes. Poder viajar y trabajar de cocinero es su proyecto de vida, esa búsqueda lo llevó a recorrer primero buena parte de América del Sur y luego a adentrarse en los secretos de Oceanía y Asia.

Sus viajes los planea lejos de las agencias de viajes y esquiva los contingentes de turistas con guía. Prefiere las rutas alternativas, los lugares menos turísticos, probar nuevos sabores, conocer a la gente del lugar, dejarse asombrar por el devenir del camino. Matías nos recibió en su casa para contarnos mate en mano su experiencia viajera, mientras prepara su mochila para la próxima partida.

¿Cómo empezó tu vocación viajera?

Los viajes empezaron de chico. Viajando con la familia, con mi papá era más de hacer distintas cosas que con mi mamá, mi mamá era más de ir a la playa con mi hermana. Mi viejo me llevaba a recorrer partes no tan turísticas y hacer cosas distintas.

¿Acá en la costa?

No siempre fue en Brasil, era agarrar una moto o el auto e ir a otro lugar. Mi viejo siempre me dijo que viajar era una de las mejores formas de aprender a vivir y eso siempre me quedó. Después, ni bien tuve oportunidad, cuando cumplí 18, al finalizar la escuela, me fui de viaje a Bolivia y a Perú. La idea era llegar a Machu Pichu, iba a ser por quince días. Cuando llegué allá pasaron un montón de cosas que me hicieron entender que quince días no iban a ser suficientes. Volví a casa a los tres meses.
En medio se sumó el norte argentino. También Chile, fui hasta el sur, entré por el sur a Argentina y volví para arrancar la facultad. Y así todos los años, me iba a principios de enero y volvía en marzo, para arrancar la facultad. Volví a Perú y Bolivia, otro año hice Perú y Ecuador, después hice lo que me quedaba de Chile. Y hasta ahí llegué en Sudamérica.

¿Y después?

Después tuve la oportunidad de sacar una visa a Nueva Zelanda, una visa que se llama de trabajo y estudio, bastante extendida, por un año. Eso fue un año antes de terminar la carrera. Ese verano me fui de vacaciones por Sudamérica y volví para meter todas las materias que me quedaban en un cuatrimestre. Me pude recibir de abogado en julio de 2017 y en septiembre me fui a Nueva Zelanda.
En Nueva Zelanda empiezo a trabajar en la cocina, que era lo que siempre quise hacer, yo quería estudiar cocina y Derecho. Quería estudiar las dos al mismo tiempo, pero como trabajaba no fue posible. Así que cuando llegué allá ya tenía decidido trabajar en la cocina. Al poco tiempo de llegar, sin un rumbo establecido, por cuestiones del destino o como sea, terminé en un lugar que se llama Waiheke, que es una isla y empecé a trabajar en la cocina de un restaurante. Entré como lavaplatos, que era el puesto que estaban ofreciendo y a los dos días estaba cocinando. Los dueños eran neocelandeces, los chefs también, pero había compañeros que eran argentinos, más de la mitad.

¿Tantos?

Sí, es el lugar de Nueva Zelanda donde hay más argentinos. Incluso hay el equipo de fútbol, Waiheke United, que está formado por casi todos argentinos.
Después fui a Asia, ahí estuve en Vietnam, en Laos, en Camboya, en Tailandia, en Malasia y en Singapur. Fueron cuatro meses corridos que me fui de Nueva Zelanda.

¿Cómo fue ese viaje?

Asia fue una sorpresa. Había trabajado desde septiembre hasta mayo, terminaba la temporada y con un compañero decidimos viajar por Nueva Zelanda. Dos meses, viviendo en un auto. Teníamos cocina, dos cajas con ropa, una caja con comida, una caja con las cosas de cocina y un colchón. Era un auto grande, familiar, uno dormía en el colchón atrás y otro en el asiento de adelante, que modificamos para poder reclinar del todo. Estuvimos recorriendo Nueva Zelanda, desde la punta del sur a la punta del norte, las dos costas, zonas centrales. Fue un viaje increíble, era estacionar en la orilla de un lago y dormir ahí. Despertar y hacer el desayuno frente al lago mirando una montaña, o en la costa de mar.
Volví a trabajar después de esos dos meses y mi jefe me dijo “mirá, estamos en temporada de invierno, toda la gente que está trabajando quiere seguir, así que si podés seguir de vacaciones”. Le dije “bueno… me voy a Asia”. Así que saqué un pasaje para ir a Vietnam, sin planearlo. Al llegar a Vietnam me compré una moto, una Honda Win 125 china, había leído sobre esas motos. Le soldé un portaequipaje casero para poner la mochila. Y a meterle ruta. Arranqué en el sur y recorrí hasta el norte de Vietnam, cuatro mil kilómetros en un mes.
Vietnam es un un país súper caótico a nivel tránsito, en las ciudades es bastante loco, son millones y millones de motos, un hormiguero. Autos casi no hay, pero motos es impresionante la cantidad. A veces me encontraba en una rotonda dando más de una vuelta porque no encontraba la forma de salir, con una moto a cada costado, una adelante y otra atrás. Hasta que aprendés las reglas del juego, como en todo tránsito. No ví choques, andan en un movimiento coordinado, perfecto. 
Recorrí, costa, sierra y parte de la selva de Vietnam, un país increíble.

¿Llevabas mapa?

Mapa siempre, un mapa offline, en el celular andaba sin internet, sin GPS, no me gusta andar conectado con el celular. Cuando llego a un lugar sí me conecto al wi-fi, pero cuando estoy por la calle no llevo el celular, una regla que tengo desde el primer viaje, trato de arreglarme sin él. Pero siempre tenía un mapa offline, una aplicación que se llama maps.me, te lo bajás y te pone todo, rutas, puntos de interés, funcionó muy bien en todos los lugares donde estuve.

¿Y llevabas guías de viajero?

No, en el día a día del viaje después de cenar era acostarme a leer o programar lo que podía llegar a hacer en el día siguiente. No soy muy de salir a un bar, pero cuando estás en un hostel conocés gente, compartís una cerveza y es la mejor manera de conocer el lugar por donde estás viajando. Gente que viene de norte a sur y le cuenta a la gente que va de sur a norte por dónde pasó, así conocés los mejores lugares, los menos turísticos que no están tan explotados. Yo prefiero eso a los lugares muy conocidos, que también valen la pena, pero prefiero lo no tan turístico, lo más natural.

¿Tuviste alguna situación riesgosa?

No, por suerte nunca tuve una situación muy difícil. Siempre cuento la anécdota de que la situación más extrema que tuve fue con unos perros, en Bolivia. Estaba caminando por un cerro, una zona habitada, pero no había gente, estaba yendo por una calle angosta y salieron como quince perros que me empezaron a ladrar, pensé que me comían, salí corriendo y terminé saltando al techo de una casa. Eso fue lo más extremo que pasé. Pero el sentido de supervivencia uno lo va desarrollando, saber lo que puede hacer y lo que no conviene hacer. Si son ciudades grandes, de noche no te conviene ir a los suburbios. En pueblos chiquitos tenés más libertades. Hay que saber cuidarse, respetar un país que no conocés, ver cómo funciona todo, después liberarte un poco más y dejarte llevar. Pero lo primero es tomar conciencia, saber que estás lejos y solo.

¿Vas probando comidas, cosas nuevas?

Siempre. Viajando me encanta probar las comidas del lugar. Conocer un país es vivir como uno más del país. Nunca voy a comer a restaurantes caros, primero por presupuesto, pero me fascina comer en lugares donde se sirve comida a la gente que vive ahí. Para mí no tiene sentido ir a Laos y comer una pizza imperial o ir a Tailandia y pedir un fish´n chips inglés. Prefiero mucho más comer lo que se come en el lugar, me gusta todo, me gusta probar cosas nuevas, raras. La comida en todos los lugares tiene algo especial. La comida forma parte del viaje, es lindo probar platos nuevos, bebidas, infusiones. Tomar las costumbres que tienen los locales.

¿Y Europa?

Siempre digo que lo dejo para lo último, porque el primer mundo no me llama mucho la atención. A Europa voy a poder ir de viejo y recorrerla en silla de ruedas si hace falta. En cambio hay un montón de cosas que quiero conocer antes de que no existan más o que cambien. Por ejemplo Asia, que tiene un potencial enorme, va a cambiar. Hoy tiene cosas muy autóctonas, muy típicas, que quizás cambien. India, me encantaría. Me encantaría conocer Africa, antes que Europa. Porque son lugares que van a cambiar, como las comunidades nativas u otras cosas que me encantan. El paso del tiempo es bastante mezquino con esas cuestiones, porque la sociabilización y el acceso que tienen ahora al mundo moderno hace que los más jóvenes no tiendan a quedarse en las comunidades y tiendan a incorporarse a las nuevas formas de vida, eso tarde o temprano les va a llegar a todas. En el amazonas peruano yo estuve en tres comunidades, una en el norte, una en la zona central y otra en el sur. La pasé muy bien en esos lugares, conocer comunidades nativas, ver cómo viven y vivir con ellos es una experiencia increíble, un poco extrema pero vale muchísimo la pena.

¿Y el Derecho?

Bueno, el derecho… yo había dejado abandonado el título en la facultad, asi que ahora cuando volví lo fui a buscar. Pero es un regalo para mí familia más que para mí. Yo me dí cuenta que quiero trabajar en la cocina y que me gusta viajar. Así que el título por los próximos años seguirá colgado en la pared. Ahora la idea es terminar con Asia y conocer Africa, o partes de Africa. Después que venga lo que tenga que venir.

En las pausas del viaje, cuando se conecta al wifi disponible, Mati sube las fotos del itinerario en Instagram (mati.frattini) y Facebook (mati.frattini.7). Esas publicaciones del viaje soñado hicieron que mucha gente se decidiera a salir de la zona de confort y arriesgarse a lo nuevo. “Fueron varias las personas que me agradecieron por haberles dado el valor de animarse a viajar, ese es otro de los premios que tengo, además de lo vivido”.

José Luis Meirás

(Nota publicada en la edición impresa de Revista Urbano, abril 2019)

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