Magdalena Urbana

A metros del Paraje El Pino, Carlos y Cecilia, reformaron una vieja casona y descubrieron un sótano oculto

No iba a quedarse quieto. Sabía que por su forma de ser, esa no era una opción posible. Más allá de cumplir con el distanciamiento social impuesto en el país por la pandemia de Covid, buscaba mantener su mente y sus manos activas. Hacía tiempo había cambiado su estilo de vida pero ahora sentía que necesitaba un nuevo estímulo que lo desafiara y lo sacara de la apatía de aquella aparente quietud.

Criado en la ciudad de La Plata, desde los 17 años, cuando sus padres se separaron, había buscado forjarse un buen futuro a través de una vida dedicada al trabajo. Comenzó su camino como ayudante de flete. Años más tarde, una vez que logró tener un vehículo propio, fue fletero él mismo. Luego trabajó como vendedor de motos en un pequeño local que alquilaba. Más adelante compró una máquina y empezó a trabajar simultáneamente con la agencia de motos con movimientos de suelo. Hasta que tuvo el capital suficiente para armar su propia empresa constructora.

En ese trayecto, Carlos Battaglino construyó más de 25 edificios y locales en la ciudad. También conoció a Cecilia, quien luego se convertiría en su esposa. Ella no había cumplido todavía los quince años; él estrenaba sus inocentes diecisiete y sintieron el flechazo de Cupido en un boliche en la ciudad de La Plata. Se enamoraron, crecieron juntos y llegaron a conocerse hasta el punto de mirarse y saber lo que el otro estaba pensando. Tuvieron dos hijos y vieron crecer el negocio familiar en el área de la construcción.

Un proyecto lleno de amor

Pero hace diez años Carlos se cansó de renegar y, en busca de tranquilidad, dejó de construir en La Plata y comenzó un nuevo emprendimiento ubicado a metros del paraje El Pino, Magdalena (a 20 minutos de La Plata y una hora y veinte de la ciudad de Buenos Aires). “Se llama Rincón del Sauce y es un club de campo, pequeño, donde cada árbol fue plantado por nosotros, ya que todo lo hacemos en familia. Es un lugar que tiene mucha magia para los cuatro. Desde pequeño mi papá iba a la zona de Magdalena con mi abuelo y también con su mejor amigo. Cuando creció, ya casado con mi mamá, pudieron hacerse de un pequeño campito, sobre el arroyo Espinillo, donde mi hermano y yo transitamos nuestra infancia”, recuerda Ignacio Battaglino.

En el año 2020, con ese proyecto casi terminado después de mucho esfuerzo, en pleno comienzo la pandemia y sin poder quedarse quieto por su personalidad, Carlos quiso cumplirle el sueño a Cecilia de tener un pequeño hotel rural para poder recibir huéspedes. Así surgió la idea de remodelar Santa Angela, una antigua estancia ubicada sobre la Ruta Provincial N11, a solo 1km de Rincón del Sauce que habían adquirido unos años atrás.

El sueño del hotel propio

Cecilia siempre había deseado poder tener un pequeño hotel para recibir huéspedes de cualquier lugar del mundo. Tanto ella como su marido Carlos disfrutan de conocer gente e intercambiar experiencias de vida. Creen que es una forma de viajar y en plena pandemia, sintieron la necesidad de estar conectados a ese deseo de alguna manera. Parecía algo descabellado, pero tenían cómo hacerlo.

Santa Angela, la estancia que habían comprado siete años atrás sobre la Ruta Provincial N11, a solo 1km de Rincón del Sauce, donde estaba el club de campo que manejaban, era el lugar perfecto para darle forma a ese sueño. Desde el primer momento que vieron la estancia supieron que estaban en un lugar donde iban a poder respirar tranquilidad. Rodeada de unos galpones viejos y donde había funcionado un antiguo y conocido tambo, estaba una casona de fines del siglo XIX venida a menos. “Fueron las casitas que eran usadas por los tamberos en la etapa de esplendor del tambo, una arbolada soñada, una camelia de más de 60 años, un palo borracho de más quince metros de altura, un ceibo centenario, árboles de magnolias blancas y muchos frutales lo que nos cautivó de inmediato”.

La estancia había tenido varios dueños a lo largo del tiempo. Y, si bien cada uno de ellos, en un intento de modernizarla, había hecho refacciones, no habían tenido en cuenta que estaba quedando oculta la identidad de la propiedad. “En eso trabajó papá: buscó devolverle la esencia a la vieja casona, para que recuperara su autenticidad. Todos pusimos manos a la obra y pronto nos dimos cuenta del privilegio que teníamos. Estar en Santa Angela es maravilloso, el lugar es mágico. Contemplar cientos de estrellas por las noches, despertarte con el canto de los pájaros, tomar el desayuno rodeado de colibríes, sentirse cautivado por la tranquilidad del campo afianzó en mi mamá el deseo de concretar su sueño del pequeño hotel. Y papá, que es un emprendedor incansable, se puso a trabajar en plena pandemia para cumplir ese sueño”.

Gracias a las diferentes refacciones que se le habían hecho, la casona antigua estaba en muy buenas condiciones, por lo que fue una base sólida para comenzar la obra. Si bien algunas paredes fueron picadas para quitar la humedad y los pisos fueron levantados, la esencia de la edificación permanece. Sobre todo por las aberturas originales que fueron restauradas y reutilizadas en el nuevo proyecto. “Todo el trabajo de obra lo manejaba papá, incluso, en simultáneo a la obra, se encargó él mismo de plantar cientos de árboles y de hacer la parquización, mientras mamá se encargaba de ir pensando la decoración y organizando la ambientación de cada uno de los espacios”.

Cecilia y Carlos se ocuparon personalmente de buscar antigüedades, recorrer remates y demoliciones y hacerse de todo el mobiliario necesario para poder equipar los cuartos y espacios comunes de la casona. Una vez definido el estilo, Cecilia comenzó con el trabajo de comprar y restaurar muebles y decoración antigua: espejos, veladores, arañas, caireles y muchos objetos más le dieron vida a Santa Angela. “Familiares y amigos se fueron entusiasmando con el proyecto. Aportaron donaciones de muebles u objetos que mamá atesoró y a los que les dio un lugar protagónico. Con papá pulíamos bronces y armábamos lámparas para colgar en cada uno de los ambientes. También participé en la restauración de varios de los muebles de la estancia. Todos colaboramos, es un proyecto familiar que nos atrapó por completo”.

Escondido y con un potencial impensado

Una cava subterránea le da el toque final a los servicios de la estancia.
Una cava subterránea le da el toque final a los servicios de la estancia.

Pero fue un pequeño ambiente escondido en el sótano de la casona lo que dio el toque mágico final a la aventura que estaban transitando. “Encontramos un pequeño sótano, y mi hermano Franco enseguida aportó la idea de armar allí una cava subterránea. Así que nos entusiasmamos y la hicimos lo suficientemente amplia como para poder hacer degustaciones privadas”.

El living de la estancia.
El living de la estancia.

Además de esa pequeña joyita, la casona cuenta con un piano antiguo, estufa a leña en el living, comedor privado, galerías con sillones de jardín y terrazas privadas por habitación, salón multiusos, una huerta, decenas de frutales, hectáreas de parque con árboles centenarios, fogón, parrilla, piscina y mountain bikes para expediciones por los caminos rurales de la zona.

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También hay animales y con ellos la convivencia es perfecta según Ignacio. “Desde la pandemia parece que los animales están más confiados y son parte del paisaje. Tenemos un sector para los colibríes con bebederos de agua azucarada, que les encanta. También hay ciervos, ovejas y ñandúes, cientos de pájaros, liebres, comadrejas, zorros y mulitas, todos conviven en armonía en el campo. Somos muy respetuosos de la naturaleza, así que cuidamos y festejamos poder verlos libres”.

La pileta.
La pileta.

En época de vacaciones toda la familia se instala en el campo, es su cable a tierra para vivir tranquilos y conectarse con la naturaleza. En los meses de escuela, Ignacio y su hermano se instalan en la ciudad y van los fines de semana al campo. Él está cursando el último año del secundario y su hermano pronto tendrá un título de Licenciado en Economía en la Universidad Nacional de La Plata. “Todos colaboramos en el hotel, la atención es personalizada, y nos gusta hacerlo de esa forma. Mamá dice que lo que hacemos es invitar gente a nuestra casa, y como tal, todos somos anfitriones y hacemos que la estadía de nuestros huéspedes sea encantadora y única”.

Fuente: Lanacion.com.ar

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