Magdalena Urbana

Dujovne: “La desaparición del papel a manos de lo digital quedó en el olvido”

Alejandro Dujovne es Doctor en Ciencias Sociales e investigador del CONICET. Ha participado en proyectos de investigación sobre la producción y circulación internacional de libros e ideas, edición en América Latina, editoriales universitarias, traducción y ferias del libro.

A pocos días de realizarse la Feria de Editores, que reúne a editoriales y librerías independientes, entrevistamos a diferentes especialistas que pueden ayudarnos a entender en qué situación se encuentra el mundo editorial del país, cómo las tecnologías han creado nuevos consumos culturales y transformado la producción y ese mercado. ¿Qué se publica en el país? ¿Quién decide? ¿Cuáles fueron algunas de las experiencias editoriales más importantes?

De todo esto conversamos con el investigador Alejandro Dujovne. Pasen y lean.

¿Cómo describirías el mundo editorial actual de nuestro país? ¿Cómo redefinen las nuevas tecnologías digitales la industria editorial?

Alejandro Dujovne: No cabe duda de que las nuevas tecnologías han modificado de raíz la producción y prácticas culturales. Si bien las profecías que anunciaban hace más de diez años la desaparición inminente del libro en papel a manos del soporte digital quedaron en el olvido, no puede decirse que el libro no ya haya sido afectado en múltiples sentidos por las transformaciones digitales. Voy a mencionar solo dos pues una lista exhaustiva sería materia de un seminario. El primero tiene que ver con la simplificación y reducción del costo de buena parte de las operaciones editoriales. Tareas que antes insumían un número de trabajadores especializados, hoy se resumen en una sola persona calificada con una computadora al frente. La impresión también se ha abaratado y vuelto más eficiente. Si hasta hace algunos años era impensable en términos económicos realizar tiradas de 100, 200 o incluso 500 ejemplares, hoy es posible imprimir un número acotado ajustado a las percepciones de la demanda y de ese modo evitar una producción destinada a acumularse en los depósitos con los costos que eso conlleva. Estas transformaciones supusieron un descenso de las barreras de entrada al negocio editorial que posibilitó la aparición de numerosas de editoriales que, a falta de un término más preciso, llamamos “independientes”. De este modo, y aunque con límites evidentes, este fenómeno funcionó como una suerte de contrapeso al proceso de concentración.

Una segunda forma en que la tecnología afectó al mundo del libro son los cambios en los instrumentos y prácticas de prescripción. La desaparición, reducción y pérdida de relieve de las revistas, suplementos y secciones de cultura de los diarios, se vio en parte compensada por las redes sociales, los “influencers” y una forma de producción de noticias culturales digitales distinta. Digo compensada pero en realidad no es exactamente así, pues compensar entraña una suerte de equivalencia y aquí el cambio de formato también produjo efectos sobre las formas de valorar al libro, a sus autores, y a la lectura misma.

De cualquier modo, los principales problemas del ecosistema editorial argentino no tienen que ver con un retraso en la incorporación de tecnologías digitales, aunque sin duda se podría trabajar para facilitar ese proceso en las distintas instancias de producción y comercialización. Los principales problemas son de carácter estructural y están relacionados con el oligopolio en la producción del papel, que tiene un impacto directo sobre el precio final del libro; la excesiva concentración territorial del mundo editorial y librero; la ya mencionada concentración comercial de la edición; la sostenida pérdida de mercados externos; y la ausencia de un instancia pública nacional abocada a la mejora del sector editorial a través de la generación de legislaciones y políticas públicas adecuadas.

Recientemente se asociaron Planeta y Mercado Libre para la venta directa on line. En tu opinión, ¿qué consecuencias ha provocado y genera la tendencia a la concentración editorial de las últimas décadas?

Alejandro Dujovne: La concentración editorial no es un fenómeno exclusivamente argentino. A fines de la década de 1990, el editor franco-norteamericano André Schiffrin publica La edición sin editores. En ese libro-manifiesto, Schiffrin retrataba y denunciaba el modo en que el proceso de concentración y financiarización de la edición conllevaba el desplazamiento del editor del centro de la tarea de selección y producción del libro, y su preocupante reemplazo por el responsable de marketing. O, dicho de otro modo, advertía acerca de la avanzada de una racionalidad económica que resultaba contradictoria con un modo de producción editorial que, sin despreciar el costado económico del negocio, priorizaba o al menos cuidaba la calidad del catálogo. Una vez adquiridos los nuevos sellos, las corporaciones editoriales esperaban que estos reportaran una tasa de rentabilidad anual superior a la que normalmente producía el sector editorial. Este cambio se tradujo, concretamente, en una presión sobre los criterios de selección de autores y de títulos, en los registros de escritura, en los formatos, en la publicidad, etc., a fin de conseguir las mayores ventas posibles en el menor tiempo posible. En el caso de los autores, por ejemplo, esto implicó reducir la apuesta por escritores nuevos y poblar los catálogos con nombres conocidos -por sus libros previos o por su popularidad en los medios audiovisuales o la política- que garantizaran un piso de ventas.

A lo largo de ese proceso, que sin dudas tiene sus matices, el editor tradicional fue perdiendo soberanía sobre la producción de libros a manos de otros actores como los especialistas en marketing. En cada uno de los países en los que se dio este fenómeno, esta nueva lógica se montó sobre la compra de sellos emblemáticos que poseían un catálogo más o menos rentable y una marca instalada, lo que les permitiría a los grupos compradores contar con un punto de partida propicio para lanzarse a conquistar una cuota del mercado local. En Argentina, por ejemplo, los dos principales grupos, Planeta y Penguin Random House, controlan en la actualidad alrededor de la mitad de la facturación del sector editorial comercial. El resto del mercado se lo reparte un amplio y heterogéneo universo de editoriales medianas, pequeñas y muy pequeñas que garantizan la diversidad de géneros, autores, temas y estilos.

La decisión de Planeta de realizar un acuerdo estratégico con Mercado Libre con la creación de una tienda online supone un cambio en las reglas de juego implícitas del mercado del libro. Si bien no es la única editorial que ofrece sus libros sin la mediación de librerías a través de Mercado Libre, el hecho de que se trate de una de las dos empresas dominantes y de que lo haga a través de una modalidad que le ofrece un poder comercial y de visibilidad mayor que la venta de productos aislados, encendió las alarmas del eslabón librero. Hasta hace poco tiempo resultaba claro el reparto de tareas: las editoriales producían los libros y las librerías los vendían al público. Pero, y esta es la diferencia esencial con Mercado Libre o Amazon, las librerías nunca se consideraron a sí mismas ni fueron consideradas solo como un punto de venta. Las librerías participan de la experiencia lectora de un modo singular: llegar a un libro guiado por un algoritmo oculto que busca la maximización del negocio y comprarlo a través de un par de clics constituyen una experiencia muy distinta a la de acercarse a una vidriera, entrar a una librería, hablar con el o la librera, mirar tapas, y elegir un título. Más aún si se trata de una librería que frecuentamos y un librero o librera en la cual confiamos. Lejos de ser una actitud romántica, como pretenden sugerir algunos, plantear esto supone interrogarse acerca de los modos y espacios en que se construyen y definen los significados sociales y culturales del libro y la lectura.

La decisión de Planeta de sortear el canal librero significa, primero, contar con una estrategia comercial propia, y, tal vez más importante, garantizarse para sí los porcentajes que habitualmente corresponden al distribuidor y a la librería -ya que están imposibilitados de realizar descuentos superiores al 10% pues por ley no pueden vender un título por debajo del precio de venta al público previamente fijado. De este modo, y teniendo en cuenta que la librería es un negocio de baja rentabilidad, la estrategia comercial de Planeta afecta la sostenibilidad del sector librero, pues las librerías también precisan de sus libros para mantenerse en funcionamiento. Esto podría volverse aún más grave si a Planeta le siguiera Penguin Random House, y tras ellos una cola de sellos medianos que, naturalmente, no estarían dispuestos a ver cómo la diferencia de poder se acrecienta aún más. Si desaparecen las librerías, sobre todo las pequeñas y medianas, no solo desaparece parte de la experiencia social y cultural de los libros, sino que también corren serios riesgos las editoriales pequeñas cuya visibilidad y existencia depende fundamentalmente de esta clase de librerías.

Fuente: La IZ diario 1/8/2020

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