Hoy es el Día de la Medicina Social, en homenaje al creador de la técnica que revolucionó la cirugía cardiovascular. Por eso, rememoramos el vínculo que tuvo el partido de Magdalena con René Favaloro.
Dentro de poco se cumplirán 22 años de la muerte del doctor René Favaloro, una eminencia de la medicina argentina cuyos inicios se vinculan estrechamente con el partido de Magdalena. En homenaje a su figura, el 12 de julio es reconocido como el Día de la Medicina Social. Pocas cosas pueden decirse de Favaloro que no se hayan dicho: nacido en 1923 en la ciudad de La Plata, fue un férreo defensor de la educación pública y llegó a ser reconocido mundialmente por su técnica del bypass, que fue un gran aporte a las intervenciones coronarias, que ha salvado millones de vidas. Pero previo a esta etapa, sus inicios lo ubican en parajes rurales, siendo quizás el más conocido su paso -junto a su hermano- por Jacinto Arauz, en La Pampa. Pero también fue el médico de Vieytes, en épocas de ferrocarriles y pocos recursos.
En su reciente libro Favaloro: El gran operador (publicado por Marea Editorial), el periodista Pablo Morosi recorre la vida de uno de los médicos más importantes de nuestro país. A lo largo de dos años y más de 140 entrevistas, muestra la vida de René Gerónimo Favaloro, un referente ético para muchos argentinos. A continuación, transcribimos el fragmento local de este trabajo de Morosi:
«Tal como estaban las cosas y sin otras alternativas a la vista, René terminó por aceptar la propuesta que le había hecho Mainetti. Así fue que una mañana fresca y soleada de fines de octubre de 1949 descendió, maletín en mano, en la estación desierta de Hipólito Vieytes, un caserío desolado en el distrito de Magdalena, 45 kilómetros al sur de La Plata. Apenas pisó el andén respiró hondo el aire diáfano en aquel escenario bucólico y apacible. Tenía veintiséis años y toda una carrera por delante, pensó como consuelo.
El centro de salud municipal estaba frente a las vías. Un poco más allá, un puñado de viviendas se esparcía a los costados de una calle de tierra donde también estaban la escuela N° 11, la capilla de San Benito y el tradicional almacén de ramos generales de la familia Gómez. No había mucho más. La sala que debía poner en marcha había sido habilitada en una edificación modesta que al frente tenía dos habitaciones conectadas por un pasillo estrecho. La primera pieza estaba acondicionada como consultorio y la otra se usaba para las tareas administrativas. Las autoridades habían permitido que en la parte trasera de la finca se estableciera la enfermera, Ester Lidia Rodríguez, que tenía dos hijos y había quedado viuda recientemente. Su hija mayor, Mirta Elena, que entonces tenía doce años, evoca al médico como un tipo “alto y elegante” y destaca con especial orgullo que ese fue su primer destino como médico.
Favaloro estrenó su diploma en aquella salita recién inaugurada a la que concurría los lunes, miércoles y viernes. Llegaba a las diez de la mañana y partía de regreso a La Plata en el convoy de las cuatro de la tarde. Logró integrarse rápidamente a la comunidad; algunos viejos vecinos dicen recordarlo como un tipo “humilde y conversador”. A un costado de la casa, no tardó en sembrar tomates, que eran su especialidad, además de lechugas, ajíes y perejil, con la idea de complementar con lo producido en la huerta los almuerzos que le preparaba la enfermera. En el fondo plantó varios frutales que aún están en pie».
La imagen de portada de este artículo corresponde a 1975, cuando Favaloro recibió la distinción de Vecino Honorable del partido de Magdalena por el gobierno del entonces intendente Homero Barrenese. En la foto se ve el momento en que su antigua enfermera Ester Rodríguez de Eleta le entrega el reconocimiento.
Una década después viajó a Cleveland Clinic, un centro médico-académico en EEUU, pionero en cirugías. Permaneció allí durante una década, se desempeñó como residente y luego como miembro activo del equipo de cirugía. Allí, en 1967, advirtió la posibilidad de emplear la vena safena en las cirugías de corazón. La técnica constituyó el trabajo emblemático de su trayectoria, ya que transformó el paradigma relacionado a la enfermedad coronaria. En la actualidad, se realizan millones de intervenciones en el mundo siguiendo la técnica del doctor platense. A pesar de la fama, René se desmarcaba de los laureles y solía afirmar con convicción y modestia de acero que su éxito “era el fruto del trabajo colectivo”.
Años después adquirió un inmueble en la zona de Arditi -hoy propiedad de su familia-, que recuerda a sus inicios como médico rural. Su última visita a Magdalena fue en junio del 2000. Un mes después se quitaría la vida, dejando una carta –cuyo contenido fue trascendiendo con el paso de los años-, que todavía conmueve.
Pero volviendo a su relación con Vieytes, el propio Morosi detalla esta época de Favaloro:
«Disfrutaba mucho de su rol como galeno en esa pequeña comunidad rural aunque más no fueran algunos días a la semana. Se había acostumbrado a repartir la vida entre la paz de Vieytes, la rutina del barrio y el noviazgo con Antonia Delgado, que llevaba varios años y marchaba viento en popa. Fue entonces que su hermano sufrió un grave accidente que cambió abruptamente todo el panorama.
Era diciembre de 1949 y Juan José, que seguía los pasos a René y ya había terminado de cursar el tercer año de Medicina, tenía que sortear el examen final de la materia Anatomía Patológica. Cuando llegó a la facultad advirtió que había olvidado la carpeta con los apuntes de las clases teóricas y todos los trabajos prácticos de la cursada, cuya entrega era un requisito imprescindible para poder rendir. Un compañero se ofreció a llevarlo hasta su casa en moto para que pudiera volver a tiempo. De regreso, a pocas cuadras de la casa de estudios, los muchachos fueron embestidos por un colectivo. El hermano de René llevó la peor parte: además de múltiples fracturas en todo el cuerpo estuvo diez días inconsciente a causa de una conmoción cerebral; cuando despertó, supo que su pierna izquierda había tenido que ser amputada debido al avance de la gangrena. Tiempo después le fue colocada una prótesis que lo acompañaría de por vida.
El citado doctor Martín, que ese día estaba de guardia, recordó que “el muchacho tenía la pierna hecha pedazos: de la rodilla hasta el pie era todo jirones. Hubo que amputarle la pierna. Cuando René lo vio no tenía consuelo. Nunca lo vi llorar tanto como ese día”, rememoró al brindar su testimonio en la biografía escrita en 2014 por Ariel Bibbó, titulada El grito silencioso.
Aquella desgracia sacudió particularmente a René y templó su carácter. Durante unos tres meses participó de las curaciones que permitieron la cicatrización de la herida y los primeros pasos de la rehabilitación de su hermano. También colaboró en la estrategia psicológica diseñada para permitirle a Juan José sobrellevar el shock emocional de la mutilación. Se ocupaba de esa tarea durante largas horas los días que no concurría a la salita de Vieytes.
En ese momento asumió un compromiso mayúsculo que mantendría de por vida: el de velar por su hermano disminuido físicamente. Pensaba que por ser “el mayor de una familia humilde”, como lo explicó más de una vez, debía retribuir de algún modo el esfuerzo de sus padres que le había permitido acceder al estudio y a la posibilidad de forjar una vida con menores restricciones.
En medio de aquel drama recibió la carta de Manuel Rodríguez Diez, esposo de su tía Ofelia, hermana de su mamá, que vivía en Jacinto Aráuz, un pequeño pueblo perdido del departamento de Hucal en la provincia de La Pampa, unos 200 kilómetros al sur de Santa Rosa y casi en el límite con la provincia de Buenos Aires que traza la ruta 35.
Hombre de campo convertido en influyente comerciante, Manolo, como todos lo llamaban, se había decidido a escribirle luego de enterarse por una de sus hijas, Haydeé, que viajaba frecuentemente a La Plata, de la situación que atravesaba, relegado en Vieytes por sus discrepancias con el partido gobernante. En la misiva le contó que el médico del pueblo, Dardo Rachou Vega, debía instalarse durante un tiempo en la Capital Federal.
Así, luego de asistir durante unos seis meses, Favaloro dejó la salita de Vieytes. Con su partida, la memoria de aquel joven médico recién recibido que se había integrado rápidamente a la comunidad se fue perdiendo. Pero cuando en la década del 70 Favaloro regresó a la Argentina, ya convertido en una eminencia de la medicina mundial, alguien recordó su fugaz paso por el pequeño pueblo bonaerense. En septiembre de 1975 el intendente Homero Barrenese, un productor agropecuario y cooperativista del partido Acción Conservadora de Magdalena, designó a Favaloro, que para entonces ya había comprado un campo en la zona de Julio Arditi, sobre la ruta provincial N° 59, como vecino honorario del distrito. En el acto, realizado en la sala colmada del teatro Español, el médico recibió la distinción de manos de la enfermera Esther, su colaboradora en la unidad sanitaria.
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